Todos los invitados miraban a los novios, pero yo solo la miraba a ella. Hacía por lo menos siete u ocho años que no nos veíamos y de repente ahí estaba: puesta de traje de noche en la boda de mi mejor amigo (ese amigo común) sentada en la misma mesa redonda, enfrente, cruzando las miradas. Sonreía constantemente, se lo pasaba bien y yo de verla. Recuperé el sonido de su risa que siempre me pareció entre canalla y dulce. No hablamos mucho. El barullo de la mesa me impidió intimar, preguntarle qué había sido de su vida, en qué trabajaba, si se había casado, si tenía hijos… en fin, supuse que todo le iría bien, estaba radiante. En el furor de la barra libre me acerqué a ella. Reímos, bailamos y acabamos en mi habitación de hotel. Con el arrebato de quitarnos la ropa, tiramos una lamparilla al suelo y la bombilla estalló en pedazos por la moqueta. Nos reímos mucho tapándonos la boca, pero era imposible sofocar las carcajadas. Me despertó el sonido de la ducha, yo me estiré en la cama y sonreí complacido al ver la lamparilla en el suelo tirada. Al principio me costó percatarme, pensaba que era el ruido del agua, pero un sonido ahogado me hizo saber que ella lloraba bajo el chorro. Se me erizó la piel. Sí, no había duda, lloraba mucho, fuerte, un llanto ahogado que sobrepasaba la catarata y la puerta cerrada del baño. Me levanté despacio y me acerqué con la intención de tocar y preguntar si todo iba bien ahí dentro. Pero el llanto se hizo más lastimero, ronco, apocalíptico. Me la imaginé al otro lado duchándose en lágrimas. Su cuerpo de sal desmembrándose y licuándose por el desagüe hasta desaparecer. Me dio mucha impresión aquella imagen, se me encogió el estómago y no me atreví a decir nada. Recogí mis cosas y me coloqué de nuevo el traje de etiqueta. La lamparilla me miraba derrotada y ridícula desde la moqueta. Cerré los ojos para no verla y salí de la habitación con los zapatos en la mano caminando de puntillas y, entonces, me di cuenta de que tenía un cristal clavado en la planta del pie.
Sátira del suicidio romántico, 1839. Óleo sobre lienzo (36 x 28 cm). Leonardo Alenza (1807-1845). Museo del Romanticismo, Madrid.