Las pirámides: origen y evolución

Los antiguos egipcios eran unos excelentes observadores del Cosmos. Desde una época muy temprana se percataron de la existencia de unos ciclos naturales permanentes: las estaciones, la salida del Sol y de la Luna, de las estrellas, de los planetas y las constelaciones siempre por el Este y su puesta por el Oeste, etc. Pero en el firmamento descubrieron algo más que les llamó poderosamente la atención: un grupo  de estrellas muy juntas y que parecían inmóviles a las que bautizaron con el nombre de «Indestructibles»; nosotros las conocemos como estrellas Circumpolares. Estas estrellas, al encontrarse justo encima del Polo Norte, parecen fijas en el cielo. Su aparente inmutabilidad hizo creer a los antiguos egipcios que allí nada estaba sujeto al devenir, al cambio, y que por ende era eterno, de ahí su nombre. En el cielo parecía haber escrita una metáfora de la inmortalidad.

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Estrellas Circumpolares, las «Indestructibles»

La combinación de una naturaleza regida por ciclos de nacimiento, muerte y renacimiento con la existencia de un lugar en el firmamento en el que nada parecía cambiar  nunca hizo pensar a los habitantes de Kemet que  al ser ellos  parte de ese cosmos también estaban sujetos a sus leyes, en consecuencia podrían renacer como el Sol y los demás astros, pero sin que se operasen en ellos cambios, como ocurría con las estrellas Circumpolares. Vivirían en la «otra vida» pero seguirían siendo los mismos. Esta creencia aparece recurrentemente representada en las tumbas egipcias que presentan decoración. Sus propietarios viven una nueva, próspera y feliz vida, pero siguen siendo los mismos; es decir, el agricultor lo sigue siendo, pero ahora luce ataviado con las mejores galas en mitad de un entorno idílico. En los propios  Textos de las pirámides encontramos una clara referencia a que las estrellas Circumpolares terminaron siendo un destino «geográfico» anhelado por los egipcios: « ¡Ojalá puedas ir junto a esos dioses del Norte, las Estrellas Inmortales!».

Los egipcios concebían la «otra vida» casi como una prolongación de la presente, por lo que era imprescindible que preservasen sus cuerpos de la descomposición. El clima del desierto egipcio es extremadamente seco, como también lo es su suelo. Los habitantes de Kemet se dieron cuenta de que al enterrar un cuerpo  directamente en las arenas se conservaba (se momificaba) de manera natural. Este descubrimiento fue posible gracias a la acción de los carroñeros, especialmente chacales que solían merodear por los cementerios (de ahí que el dios Anubis, el guardián de las necrópolis y guía en el inframundo, tenga cabeza de chacal) que cavaban y desenterraban los cuerpos, y de los saqueadores de tumbas. Las primeras tumbas egipcias, de hecho, no eran otra cosa que agujeros excavados en el suelo en los que se colocaba el cuerpo del difunto y luego se recubría con arena. Cualquiera que haya hecho un agujero en el suelo se habrá dado cuenta de que al proceder luego a taparlo siempre le sobra arena. Los egipcios resolvieron este problema haciendo un montículo de forma circular sobre la tumba con la tierra sobrante. Pero este diseño no fue elegido al azar, más bien al contrario, fue hecho así con el fin de extrapolar el ciclo natural del renacer de la vida a su deseo de inmortalidad.

Según la cosmogonía heliopolitana al principio de los tiempos solo había un océano primordial envuelto en la más absoluta oscuridad del cual surgió, al retirarse las aguas, una montaña, el montículo primordial en el cual nació la vida. Esta explicación del origen del mundo fue fruto de la experiencia de los antiguos egipcios. Todos los años las tierras anejas al río se inundaban merced a la crecida del Nilo que llegaba colmado del interior de África y cargado con un fértil sustrato, el limo. Estos sedimentos, al retirarse las aguas, se quedaban depositados formando pequeños montículos en las riberas del río y convertían  el valle del río en un lugar sumamente fértil. Este proceso cíclico natural era tan importante para los egipcios que el propio nombre del país, Kemet, significa «tierra negra», que era el color del limo.

 La civilización egipcia tuvo un origen tribal, pero con el tiempo las tribus que habitaban junto al río se fueron uniendo dentro de estructuras supratribales que acabaron formando dos reinos: el del Alto Egipto, con su capital en Hieracómpolis, y el del Bajo Egipto, cuya capital era Buto. Los reyes de estos dos países (Egipto era llamado también el País de las Dos Tierras) se hicieron enterrar en tumbas subterráneas, cada vez más grandes y complejas, que eran visibles desde cierta distancia por tener una superestructura en forma de banco que recreaba el montículo primordial, llamadas mastabas. Finalmente, ambos reinos entraron en conflicto y, un faraón del Alto Egipto llamado Narmer (hacia el 3100 a.C.), conquistó el Bajo Egipto y unificó por primera vez todo el país. Este rey fundó la nueva capital, Menfis, y junto a ella, en un lugar llamado Saqqara, sus sucesores edificaron sus mastabas.

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Mastabas del Cementerio G, Giza, Dinastía IV, Imperio Antiguo (2707-2170 a.C.)

Uno de ellos, Djoser (2690-2670 a.C.), faraón de la  Dinastía III, se hizo construir un enorme complejo funerario junto a la capital con una gran mastaba en su centro. El lugar era revolucionario, no tanto por su concepción, pues un rey anterior, Khasekhemui,  había construido algo semejante, como por el material utilizado en su construcción: la piedra labrada. El «palacio de la eternidad» de Djoser presentaba además  otra peculiaridad: sus edificios eran macizos, no estaban hechos para ser utilizados físicamente por el faraón sino por su Ka o «principio vital», pues eran una representación en piedra de las estancias del complejo palaciego del rey en Menfis. Pero por motivos aún hoy no del todo claros, la mastaba central, la tumba, fue ampliada varias veces y finalmente se convirtió en una pirámide, la primera de todas, escalonada.

            Todo el complejo, no obstante, está lleno de detalles que ponen de manifiesto que los antiguos egipcios todavía no dominaban bien el nuevo material constructivo. En el recinto no hay elementos sustentantes exentos, pues las columnas y los pilares están adosados a muretes que a su vez los unen a muros de la propia estructura. La pirámide, por su parte, no tiene salas internas, todas las existentes se encuentran por debajo del nivel del suelo, como en las mastabas típicas. Los egipcios todavía no sabían cómo construir grandes espacios abiertos dentro del cuerpo de una pirámide sin que ésta se viniese abajo. Por su parte, los sillares pétreos del edificio no están nivelados horizontalmente sino que están inclinados hacia adentro para evitar su desprendimiento. Literalmente la pirámide escalonada de Djoser se sustenta sobre sí misma. Pero a pesar de sus defectos y limitaciones, este complejo fue el primero realizado enteramente con piedra tallada del mundo.

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PirámideescalonadadeDjoser, Saqqara, Dinastía III, hacia 2680 a.C. En la parte inferior derecha se aprecia la mastaba original. Más tarde ésta fue ampliada hacia la izquierda varias veces, y finalmente se superpusieron mastabas más pequeñas, una encima de la otra, hasta formar la pirámide.

Los faraones posteriores a Djoser también construyeron pirámides o mastabas. Pero fue Esnofru (2639-2604 a.C.), el primer rey de la Dinastía IV, el que erigió la primera pirámide perfecta. Este rey deseaba ser enterrado en Meidum, cerca del oasis de El Fayum. Allí se encuentra una pirámide muy extraña. A simple vista parece más una torre siniestra que  una pirámide escalonada, pero después de un análisis más detenido se aprecia que su aspecto inusual se debe a que se intentó transformar en una pirámide perfecta de caras lisas pero que algo salió mal.

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Pirámide escalonada de Esnofru, Meidum, Dinastía IV, hacia 2625 a.C. En la imagen se puede ver la gran cantidad de escombros dejados por el derrumbe del revestimiento colocado para convertir esta pirámide escalonada en una de caras lisas. En el ángulo inferior izquierdo se aprecia todavía una parte de dicho revestimiento.

El proceso de transformación consistió en añadir bloques de piedra a la estructura original  hasta darle la forma perfecta, pero los nuevos  sillares no se sujetaron bien al cuerpo de la pirámide escalonada y acabaron deslizándose y cayendo al suelo. Lo que vemos en la actualidad es el resultado de un desastre de ingeniería y de siglos de vandalismo, pues las piedras caídas fueron sustraídas y utilizadas por generaciones de lugareños como material de construcción para sus casas. No obstante, esta pirámide presenta una novedad fundamental y revolucionaria: en su interior hay una gran sala, que debería de haber albergado el sarcófago y el ajuar funerario de Esnofru, cubierta por una gran bóveda en saledizo que desvía todo el peso que gravita sobre ella hacia los lados y evita así que se derrumbe la sala y con ella el edificio. Una bóveda en saledizo es exactamente una pirámide escalonada dentro de la pirámide. Es algo así como cuatro escaleras, la una enfrente de la otra, que confluyen en un mismo y último escalón.

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Bóveda en saledizo típica de una pirámide de la Dinastía IV, en este caso de la Pirámide Roja de Esnofru

Pero como esta pirámide, de 92 metros de alto y 144 de base, no era segura, Esnofru y sus arquitectos comenzaron la construcción de otra. El lugar elegido fue Dashur, a unos pocos kilómetros de Menfis. Esta pirámide fue proyectada desde el inicio como una pirámide perfecta de caras lisas; es decir, como un rayo solar petrificado. En su interior se abrieron dos grandes salas independientes la una de la otra que pretendían simbolizar la dualidad de Kemet (País de las Dos Tierras), cubiertas ambas con bóvedas en saledizo. En una de estas salas se descubrió, a comienzos del siglo XX, la presencia de unas enormes vigas de cedro del Líbano colocadas a modo de puntales horizontales de un extremo al otro de la cámara. ¿Por qué colocaron esas vigas? Pero es que además el aspecto exterior del edificio es aún más extraño que el de la pirámide anterior: el ángulo de inclinación de las caras disminuye abruptamente en un punto concreto de los 55 grados a los 43. ¿Cuál pudo ser el motivo de este cambio tan drástico en el proyecto?

Por desgracia para el faraón, sus arquitectos no fueron capaces de prever que el terreno sobre el que se levantó la pirámide no podía soportar tal volumen de peso. Como consecuencia, mediada la construcción, comenzaron a aparecer fisuras y grietas por todas partes. La pirámide corría el riesgo de hundirse. Para solucionar el problema los proyectistas apuntalaron la cámara interior dañada y redujeron el ángulo de inclinación de las caras exteriores, de manera que así disminuyeron la cantidad de piedra necesaria y por ende el peso total del edifico. Funcionó. De hecho, esta es la única pirámide que conserva casi intacto su revestimiento exterior. No obstante, Esnofru no debió de mostrarse muy convencido con el resultado final porque ordenó abandonar también esta pirámide y construir una tercera. Si esta segunda pirámide, llamada romboidal o acodada por su aspecto externo, se hubiese concluido siguiendo el proyecto original habría sido la más alta de Egipto, pero sus dimensiones definitivas fueron de 188 metros de lado y 101 metros de altura.

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PirámidesRomboidal (en primer plano) y Roja (en segundo), ambas de Esnofru. En esta última fue finalmente enterrado el faraón.

A apenas a dos kilómetros de Dashur los arquitectos encontraron un lugar que parecía perfecto para edificar la nueva, y definitiva, tumba de Esnofru. Se trataba de un terreno rocoso lo suficientemente firme como para soportar el peso de los millones de toneladas de piedra que se amontonarían sobre él. Una vez decididos el emplazamiento y la forma comenzó la construcción de la Pirámide Roja, llamada así por el color ligeramente rojo de los sillares de  piedra caliza utilizados en su edificación. Tiene una base de 220 metros de lado, solo 10 metros menos que la Gran Pirámide, pero únicamente alcanza los 104 metros de altura, debido que se decidió adoptar para esta obra el mismo ángulo de inclinación con el  que se culminó la pirámide romboidal, es decir, 43 grados. En su interior se abrieron tres grandes salas comunicadas entre sí  y  cubiertas por bóvedas en saledizo, las dos primeras con un eje de orientación  Sur / Norte (curso del Nilo) y una tercera perpendicular a ellas (tránsito del Sol y los demás astros).

            Durante los años del reinado de Esnofru se produjeron enormes avances técnicos en lo relacionado con la talla y  el transporte de piedra, la excavación de galerías y el cálculo de la estática. La logística y la organización progresaron notablemente gracias a la experiencia del traslado de las obras de grandes pirámides en varias ocasiones, con todo lo que ello conlleva. Las necesidades de materiales de construcción de diverso tipo, de herramientas y aparejos, de víveres y enseres, necesitó de una ingente burocracia y un numeroso y cualificado funcionariado para dirigirla y diversificar las tareas, convirtiéndose asimismo en un instrumento muy eficaz al servicio del Estado. De alguna manera, Esnofru, al construir sus pirámides, estaba construyendo también el Estado egipcio. La semilla de lo que vendría a continuación estaba plantada.

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