Durante estos últimos días he leído un maravilloso libro de Virginia Woolf: El lector común. Unos ensayos sucesivos acerca de lecturas que han marcado y dejado su huella en el alma de la autora. Los analiza no con la frialdad de un cirujano, sino con la sensibilidad de su alma poeta que trasciende la materialidad de las letras.
El libro se cierra con un capítulo que podría haber sido el primero… sin embargo, su intención fue precisamente ésta: cerrar el libro con este título, «¿Cómo debería leerse un libro?»
Y nos rompe las expectativas:
El único consejo, en verdad, que una persona puede dar a otra acerca de la lectura es que no se deje aconsejar, que siga su propio instinto, que utilice su sentido común, que llegue a sus propias conclusiones. Si estamos de acuerdo en esto, entonces me siento con autoridad para proponer algunas ideas y sugerencias, porque usted npo dejará que coarte esa independencia que es la cualidad más importante que puede tener un lector (…).
Permitir que unas autoridades, por muy cubiertas de pieles sedosas y muy togadas que estén, entren en nuestras bibliotecas y dejar que nos digan cómo leer, qué leer, qué valor dar a lo que leemos es destruir el espíritu de libertad que se respira en esos santuarios. En vualquier otra parte nos pueden atar leyes y convenciones; ahí no tenemos ninguna.
Gracias, Virginia, por dejarnos tan claro el ámbito de libertad que recubre los libros. Aunque a la vez, haces un llamado a un aspecto necesario para ejercer de esa libertad: el sentido común.
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