En el momento en el que supo que yo había estudiado periodismo, Manu bromeó con que le hiciera una entrevista. Ahora me arrepiento de no haber seguido la sugerencia, porque es una de esas personas que tiene mucho por contar aunque no sepa ordenar sus ideas para hacerlo.
Conocí a Manu en Italia, en un viaje de esos de maleta de mano, planes inciertos, muy buena compañía y muy poco presupuesto. En realidad, no era a él a quien esperábamos, pero nuestro anfitrión tardaría y le pidió a su amigo que nos hiciera compañía hasta entonces. Esperamos en la estación hasta que apareció un muchacho con gorro y la mirada algo perdida.
Lo primero que dijo es que no hablaba inglés, pero que sabía algo de español. Su plan era que nosotras habláramos en castellano y él en italiano, porque son lenguas que se parecen y porque seguro que nos entenderíamos. No fue mal del todo, pero estoy segura de que no tan bien como él tenía previsto. En cualquier caso la dinámica fue graciosa: fiarnos de alguien a quien no conocíamos, que era evidente que no estaba en plena posesión de sus facultades y de quien conseguíamos entender la mitad o menos de lo que nos decía.
Nos condujo hasta su coche para dejar las maletas y dimos un paseo por la ciudad. Sin duda Manu fue el mejor guía que podríamos haber tenido, hecho en calle y conocedor de todos los trucos y atajos del lugar. Nos ofreció varias veces tabaco pese a que le dijimos que no fumábamos. No sé si se le olvidaba o no se lo creía. Después de dar una vuelta de la que recuerdo más los momentos graciosos que los lugares visitados, fuimos a comer algo y a tomar un café.
Intentábamos entender cómo era esto y explicar cómo era Alicante. Conseguimos, creo, hacerle ver nuestras inquietudes y aficiones, y él en todo momento estuvo pendiente de que no nos faltara de nada. Manu hablaba lento y miraba mucho a los ojos cuando lo hacía. Sonreía con frecuencia entrecerrando los párpados y alargando un poco el cuello. Parecía que diera constantes caladas. Pude ver que por sus mangas asomaban tatuajes y le preguntamos. Se las subió y nos mostró unos brazos totalmente repletos de tinta, la mayoría diseñados por él, y nos confesó que tenía todo el cuerpo repleto de tatuajes excepto la cara, las manos y los pies. Llamaba especialmente la atención un enorme 956 en su brazo, así que nos contó su historia.
Manu tuvo un accidente hace algunos años. No recuerda cómo fue, así que tiene que fiarse de lo que le han contado. Sólo sabe que permaneció dos meses en coma, y que antes del accidente era diestro pero el golpe le afectó al cerebro y actualmente es zurdo. Tampoco sabe qué cambió en él exactamente desde entonces; de hecho, lo único que está seguro que permanece es su vocación artística (escribe y diseña) y su pasión por los petardos. El 956 corresponde a los días que estuvo en rehabilitación.
Manu contó todo aquello sin demasiada tristeza. Creímos entender, porque la conversación fue casi en italiano, que nos contaba que el accidente había sido esquiando. No sé si comprendimos mal o si ésa es la versión que cuenta o que tiene, pero pronto supimos que no fue así como sucedió. Tampoco creo que importe mucho la causa cuando el resultado es ése. Manu está lleno de vitalidad, ríe a menudo y se comporta como un niño. Tiene ganas de vivir y de experimentar, y pude observar que apreciaba mucho los pequeños detalles.
Es evidente que aun habiendo vivido dos meses menos que cualquier otra persona, Manu no tiene desventaja. De hecho, podría enseñarnos más que muchos. Conmigo lo hizo.