El amor en los tiempos del hashtag

Siempre he tenido claro que soy una lectora selectiva, pero no escojo una obra u otra por su género, sino por su calidad literaria y por el modo en el que ahondan en mí los personajes y las tramas que subyacen a la novela. Sin embargo, esta opinión no siempre es compartida. Si tuviéramos que poner en la palestra un género considerado menor, el romántico tendría, quizá, demasiadas papeletas para salir victorioso. ¿A qué se deben los prejuicios a la hora de admitir ser lectores de narrativa romántica? ¿Por qué sigue teniendo nombre de mujer lo que la envuelve? ¿Cuántas veces hemos escuchado que es una «lectura ligera para pasar el rato»?

Me planteé las preguntas anteriores cuando pensé en este post, y he tenido la inmensa fortuna de que otras escritoras, que han cultivado el género con maestría, hayan querido ayudarme a ofrecer respuestas a algunas de ellas. Mi agradecimiento infinito por el tiempo dedicado y la amabilidad con la que se han involucrado en el tema. Entre todas, hemos creado un lienzo en blanco donde dar pinceladas finas, dejando a un lado la brocha gorda, que, a veces, no hace más que emborronar la lucidez de algunas ideas. Así que hoy, el #TrenMacondo va hacia lo romántico, pero sin prejuicios. Y, como esta entrada trata de preguntas, sigamos con ellas.

¿Qué hace creer a los detractores del género que detrás de esas «novelas ligeras» no hay un trabajo de documentación, como sí lo hay en otras? ¿Acaso Mayelen Fouler no tuvo que acudir a fuentes bibliográficas para escribir En tierra de fuego, ambientada en la Barcelona de los años cuarenta? ¿O Beatriz Manrique no leyó lo habido y por haber para construir Hasta que llegaste a mi vida, retrotrayéndose al siglo XIX? ¿Quizás Altea Morgan se inventó todo el contexto social en De Bombay a ti? ¿Y Marisa Sicilia? ¿Las leyendas tradicionales noveladas en La dama del paso también son fruto de su mera imaginación?

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Esto en cuanto a novela histórica, porque, señoras y señores, ahí también hay polémica. Entre novela romántica histórica y novela romántica contemporánea (Chick lit, Young Adult, paranormal romántica, etc.) parece haber también enfrentamiento. Una, la primera, tiene más peso que la otra, ya que retrata un periodo o una época de nuestra historia común y universal. Eso me lleva a seguir cuestionándome: ¿La novela contemporánea no pone de manifiesto nuestro presente, que será nuestro pasado? ¿No tuvo Elísabet Benavent que aprenderse toda una jerga culinaria de memoria para escribir Martina con vistas al mar? ¿No fue preciso que Raquel Arias conociese Irlanda para escribir Mientras me recuerdes? ¿Y Mayte Esteban? ¿No ha cuidado todos los detalles que hay detrás de la fama en La chica de las fotos? Yo misma tuve que rescatar mis manuales y apuntes de Historia del arte para escribir fragmentos y capítulos de Tan nosotros. No se trata, pues, de un tema de documentación.

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Por otro lado, ¿creéis que sigue considerándose una literatura de mujeres para mujeres? Conversando con Mayelen Fouler, me contaba la siguiente anécdota:

Me ha ocurrido, en alguna presentación, que se acerca un caballero para que le firmes la obra y te dice que, en un primer momento, pensaba que era una novela “simplemente romántica”, pero que al escucharme, al saber de su trama, de su contexto histórico, de las subtramas, le apetece leerla. Pero lo cierto es que, antes y después de la presentación, hablábamos de la misma obra.

Beatriz Manrique, en relación a esta cuestión, me alumbraba sobre cuántos hombres han tenido que escribir (o escogido escribir, tal vez fundamentándose en lo dicho) con pseudónimo de mujer: Hugh C. Rae, Ian Blair y Roger Sanderson; Jessica Stirling, Emma Blair y Jill Sanderson, respectivamente. Beatriz, que además de escritora es bibliotecaria y documentalista, me decía:

Me gustaría que dejase de identificarse la “literatura romántica” como “literatura de mujeres para mujeres” y que los hombres que deseen leer o escribir romántica venzan ese “pudor social”, y lo hagan sin reservas.

En la misma línea, Elísabet Benavent, más conocida como Betacoqueta en el panorama editorial, me escribía lo siguiente:

Cualquier chico podría pasarlo bien leyendo una novela de tintes románticos, sea cual sea su subgénero.

Desde Federico Moccia, pasando por Nicholas Sparks hasta llegar a José de la Rosa, lo cierto es que parece haber un giro —lento, eso sí— en el papel que desempeñan los hombres en la lectura y la escritura de dicho género. Porque la famosa sensibilidad de las mujeres, que, en cualquier caso, no me parece un argumento de autoridad, no siempre conlleva que una novela (romántica) esté bien escrita. Esto, como otros clichés, y apropiándome de las palabras de Betacoqueta, no deja de ser un conjunto de consideraciones teóricas, porque, como muy bien dice ella, «el público es soberano y es él quién escoge qué leer y qué no ». Volvemos, así, al tema de la elección, lo que, en ningún caso, significa comparación.

¿Cómo podríamos, por ejemplo, comparar Love in the Afternoon de Lisa Kleypas con Las uvas de la ira de John Steinbeck? ¿Lo haríamos con Denis Diderot y Tristan Tzara? Me parece que no. Así pues, ¿qué hace que comparemos literatura romántica con histórica? ¿Y si nos olvidamos de las etiquetas y simplemente conocemos a los personajes? ¿Por qué, como lectores y escritores, hemos de sentirnos oprimidos, como dice Altea Morgan?

Cuando escribes novela romántica, sientes que debes salir de un armario imaginario, ya que mucha gente cree que es como un folletín.

¿Por qué, como me explicaba Mayte Esteban, hemos que cuestionar el trabajo de los demás sin meditar siquiera sobre lo que decimos?

A mí me han llegado a decir que por qué no escribo cosas más serias si sé hacerlo.

¿Qué tal si dejamos de prejuzgar cuando alguien dice lo que lee o lo que escribe, sea lo que sea? ¿Y si dejamos de lado el ahh desalentador del que me hablaba Marisa Sicilia?

Cuando dices que escribes, y a continuación añades “romántica”, a veces, escuchas un “ahh” nada alentador, al que sigue: “Yo es que de eso no leo”. Sigo diciendo que, en buena medida, se debe al desconocimiento.

¿Tan difícil sería considerar que escribir novela romántica requiere tiempo y dedicación al igual que cualquier otro género? Al hablar con Raquel Arias, ella lo explicaba con mucha concisión:

Existe la creencia de que cualquiera puede escribir una novela romántica, como si no conllevara un trabajo exhaustivo detrás.

Hasta aquí no he hecho más que reflejar una realidad, sin llegar a pronunciarme directamente sobre lo que me sugiere el menosprecio que, en algunas ocasiones, se entrevé en ciertos comentarios. En mi caso particular, cuento historias, a veces con temática amorosa, otras juvenil, otras paranormal, otras ni yo misma lo sé. Narro lo que siento que he de expresar, en todos los casos, con el trasfondo social y literario que conozco y quiero transmitir. Sin etiquetas ni hashtags.

Algunos de los chicos que me rodean, amigos y compañeros, no habían leído una novela romántica hasta que se toparon con la mía. Ya fuera por curiosidad o por compromiso, la leyeron. Creo que, en algún caso, hubo gratas sorpresas. Eso no conlleva, ni mucho menos, que sea su género favorito. Todos tenemos el nuestro. El mío siempre ha sido el fantástico, quien me conoce sabe que soy una entusiasta de Patrick Rothfuss. Sin embargo, mi predilección por la literatura fantástica no implica que no puedan convivir en mi bagaje cultural y literario otros tantos autores y corrientes. Sin ir más lejos, mis autores preferidos son Gabriel García Márquez y Julio Cortázar.

Lo que vengo a decir es que en la variedad está el gusto. Las opiniones son necesarias, todas ellas, pero, por favor, con fundamento. Porque sí, hay mala literatura romántica, al igual que ocurre en otros géneros.

Quisiera volver al principio, diciendo, a modo de cierre, que siempre me he considerado una lectora selectiva, y he aprendido a serlo leyendo mucho. He escogido mis lecturas sin obedecer a ningún canon ni estigma social ni afiliación política del escritor o escritora en cuestión. La literatura es eso y mucho más: es quitarse la venda a medida que te conviertes en protagonista de una vida que no te pertenece y que, no obstante, puede llevarte a cambiar la tuya propia.

Leamos, sin más. Disfrutemos de lo romántico y de lo que no lo es, del contexto en el que se desarrollan las historias. Pongamos rumbo con el #TrenMacondo al respeto por el trabajo y los gustos de los demás, aunque no coincidan con los nuestros.

7 comentarios en “El amor en los tiempos del hashtag

  1. Gracias infinitas por este post. Era consciente de la baja valoración de la «novela romántica» tanto en vuestro gremio como en la sociedad en general (comentarios de lectores, etc.), pero no conocía que llegaba a límites insospechados como que hombres tuvieran que publicar bajo pseudónimos como tantas mujeres escritoras han tenido que hacer en nuestra historia…¡Muy interesante! Espero que con tenacidad y coraje muchas y muchos que se vayan atreviendo a «salir del armario literario» logréis darle a este género el sitio que merece. Además, como dice aquel dicho «no importa tanto que hablen bien o mal de algo, ¡pero que hablen!». Un saludo

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    1. Gracias a ti, por leerlo y por tus palabras. Comparto tu opinión y me alegra infinitamente que, con este pequeño post, hayamos descubierto todos un poco más sobre el género y sus escritores.
      ¡Un abrazo grande!

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  2. Buena entrada! yo es que pienso igual…hay novelas malas pero dentro de cuyalquier género! al igual que hay novelas buenas en cualquiera! y a eso hay que sumarle los gustos de cada uno! qué manía la gente con ese afan de hundir lo que no le gusta.
    Un beso!

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    1. ¡Muchas gracias por tu comentario! Hemos de quitarnos los prejuicios e intentar ser felices y dejar serlo a la gente que nos rodea, sin importar sus gustos literarios. La literatura es libertad. ¡Un abrazo!

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  3. Hola, Ana,

    Me alegro mucho de haber encontrado este artículo porque me parece que haces observaciones muy necesarias. Yo misma me he planteado algunas cuestiones similares durante los últimos meses: ¿por qué se considera que la literatura romántica no es «seria», teniendo en cuenta que muchos de los grandes clásicos de la literatura universal son historias de amor?, ¿por qué parece menos «culto» hablar de besos que de asesinatos en serie (y lo digo como fan de Agatha Christie)?, ¿qué podemos hacer para que los hombres que nos rodean no sólo nos lean a nosotras (porque nos quieren), sino también a nuestras compañeras? Como recién llegada al mundo de las autoras de novela romántica, me encanta leer este tipo de reflexiones.

    (Por cierto, comparto tu entusiasmo por Patrick Rothfuss.)

    Un abrazo y gracias por tu artículo,

    África

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