Aquí vine a reposar, a esta tierra roja y rajada por la sequía. Aquí, cuando llueve, la tierra cruje molesta, se queja porque la lluvia trata de borrar sus cicatrices. La lluvia duele. Después de la lluvia, la tierra es marrón y viscosa, resbaladiza. Fango cenagoso que sube por las rodillas, cubriendo la nuca y la nariz. El fango está removido, amontonado y desigual como pequeñas cordilleras que desembocan en desfiladeros puntiagudos o redondeados como nimios cráteres de extinción. Pronto el barro se secará con la potencia del sol naranja, mandarina cósmica de fuego. La tierra vuelve a estar roja, las cordilleras y los cráteres se rajan y el ciclo comienza de nuevo. La tierra espera abierta mirando al cielo, ahora alto y lejano. Las hormigas y las cochinillas trepan por mi cuerpo porque creen que he muerto. Pero solo estoy rajada y abierta, roja, como la tierra a la que vine a reposar.
