Las hogazas lucen rubias de sol y de trigo recién molido. Los dedos están tiznados de la grasa negra que ningún jabón puede quitar ya. Así, rebanan limpiamente el pan y le tienden la primera rodaja al compañero. Entre ellos se abre un olor a horno de leña y piedra, es el olor pulcro de los orígenes, del hogar, bien podrían ser dos pastores debajo de una encina. Compadre, sabes que no traje nada. Cállate, hombre. El pan ni se toma solo ni es de nadie. Come.
