Era un grupo de dulces y tiernas muchachas que cada sábado por la noche se pintaban con purpurina los ojos y los labios. De ellas se decía que bailaban hasta el amanecer embriagadas por Dionisio, que se entregaban ferozmente a los placeres de la carne. Luego, cuando el éxtasis terminaba a la luz del día, se encontraban mutiladas, devoradas, intoxicadas. Decían que las dulces muchachas lloraban desconsoladas recomponiendo los girones de su ropa. Algunos opinaban que se lo tenían merecido. Otros callaban y preferían cerrar las ventanas, no sacar la cabeza a la calle. Muchos encerraban a sus tiernas niñas antes de las diez de la noche. Cuentan que se organizó un debate prolijo sobre qué hacer con esas muchachas. Y mientras todos los ojos las miraban a ellas, nadie, nadie, nadie, se preguntó por los apolíneos y correctos muchachos.
