El otro día encontraron a una señora fosilizada en la playa. Estaba petrificada con la hamaca y todo. Marrón. Color de la arena mojada. Unos niños jugaban a la pelota y le dieron en la cabeza. Uh, perdone, señora, ¿puede pasar? Pero la señora nada: mirada fija hacia el mar y la toalla inmóvil en el respaldo de la hamaca. Los niños con miedo y reparo se acercaron despacio para recoger su pelota que seguía impertérritamente roja y verde a los pies de la señora. Tan asustados estaban que no vieron los pronunciados surcos de la cara que le bajaban desde los ojos hasta el cuello. Mientras, el viento continuaba alisando paciente la arena de la orilla.
