Dentro está oscuro y crece el musgo. No es un musgo al uso, sino una capa aterciopelada que se arremolina ascendente por los tablones de los rincones del suelo y las paredes: moho. La negrura del interior es opaca. Las ventanas están tapiadas con más tablones podridos. Allí dentro reina un fuerte olor a perro mojado. No se ve nada, pero se escuchan respiraciones acompasadas, mansas, inocentes. Desde fuera se oye el roce de los cuerpos arrastrándose por los tablones del suelo. Hay golpes con las estanterías medio descolgadas y roídas por la carcoma. Quién sabe si terminarían haciendo colmena las termitas, deben ser más sabrosas que las carcomas. La oscuridad del interior se rompe con el triángulo de luz que entra por la puerta que se abre. Una mano deja un cubo con agua. El triángulo desaparece y la puerta se cierra con sonido de candado.

El pintor de las pesadillas