Hubo una vez una bestia que bajó de un árbol y decidió caminar erguida sobre sus patas traseras. Otorgó misterio a su existencia e hizo de su carne verbo. Aquella bestia caminó por la hierba abriendo senderos y olvidando el día que se irguió para jorobar su espalda al sol y labrar la tierra con sus manos de sangre. Con el poder del fuego y la pólvora la bestia inventó la guerra. La trigonometría construyó edificios donde guardaba sus palabras. Fragmentos de pergamino temblando sobre el calor de una fogata. Aquella bestia que olvidó el día que comenzó a caminar erguida se multiplicó por miles de millones diseminándose por todos los senderos que una vez abrieron las bestias anteriores. Agotaron su alimento y masacraron su hogar. Juntas esperaron el fuego apocalíptico que un día las borró de la faz de la Tierra. Sus edificios se redujeron a cenizas y humo. Las palabras dejaron de sonar en la última boca calcinada. Mucho después, nació otra bestia que también se irguió y en sus primeros pasos se trastabilló y rodó colina abajo dibujando una senda en su caída.
Los desastres de la guerra, 1639. Óleo sobre lienzo (206 x 345 cm). Pedro Pablo Rubens (1577-1640). Palacio Pitti, Florencia.