La canción que nunca suena

Se levantaron las copas para el brindis, sonreía, pero realmente estaba sumergida en el agua tibia de un manglar con su pelo enredándose como algas entre las raíces de los árboles tropicales. Las copas chocaron, pero el tintineo del cristal la llevó a un templo lejano, a las puertas de Bután. Las risas de la mesa se mezclaban con los tambores de una danza africana, los cuerpos sudorosos y extasiados se agitaban al ritmo de los timbales y el crepitar del fuego. Los cánticos se elevaban hacia donde ella estaba adornada con plumas de pavo real. Esas plumas se mecían en el agua como algas, diminutas algas que crecían en su pelo. Una mano quiso traerla de vuelta, pero ya era sombra, era sombra…

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Lake George [formerly reflection seascape], 1922. Óleo sobre lienzo (41 x 56 cm). Georgia O’Keeffe (1887-1986). Museo de Arte Moderno de San Francisco, SFMOMA. Precisión y abstracción.

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