Edificios que se retuercen

El sol le quemaba la nuca a pesar de llevar sombrero. No podía verlo, pero seguro que estaría muy roja, en carne viva. La nuca le ardía. La camisa pegada al cuerpo, fundida a la carne. Todo era líquido. Estático. Pegajoso. No se podía caminar por allí, los pies se anclaban en una masa chiclosa que creyó fango, si la nuca le hubiera dejado mirar hacia abajo, habría descubierto que lo en realidad pisaba era sangre coagulándose.

 

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La apoteosis de la guerra, 1871. Óleo sobre lienzo (127 x 197 cm). Vasily Vereshchagin (1842-1904). Galería Tretyakov, Moscú.

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