Pues una está ya cansada, la verdad. Eso de que piensen de mí que voy por ahí con una guadaña y una túnica negra, está un poco anticuado creo yo. Me gusta vestir en vaqueros y los sábados me pongo minifalda para salir con mis amigas, como cualquier otra persona normal, digo yo. Hasta escriben en algunos poemas sobre mí diciendo que tengo el pelo blanco, ¡blanco! Pero si voy a la peluquería con regularidad, en fin. Me indigno. Claro que como nadie sabe quién soy (porque guardo mi oficio en secreto como buen sicario), pues hale, a tirar de alegorías. Me canso, la verdad. Mi trabajo es un poco abrupto, todo hay que decirlo, un tanto de mal gusto, también sea dicho, pero vamos como quien ejerce la tanatopraxia o es forense criminal, la diferencia es que ellos trabajan con los cadáveres una vez que yo me he encargado de ellos, lo que viene siendo trabajo en cadena, como en cualquier empresa, no sé de dónde tanto escándalo. Soy empleada, como cualquiera, gano mi nómina, como hoy en día los cuatro afortunados. Y sí, como todo ser mortal cumplo órdenes de un jefe que ni siquiera conozco. Tampoco estoy sola en esto, pertenezco a una empresa grande con más de dos mil empleados, ¿os sorprende? Pues no sé, que yo sepa no soy Papá Noël que puede llevar regalos en una sola noche, eso son cuentos de niños. Nada de nada. Tengo muchos compañeros y compañeras, nos dividimos el trabajo según países, enfermedades, edades… hay una sección para cada criterio y en cada criterio somos más de cien gestionando. Esto de la muerte no es algo baladí y requiere de una organización y precisión quirúrgica, no puede haber fallos. En fin, que quede claro porque una ya se cansa de que le carguen el muerto de todo. ¿Dimitir? Pfff, no sé, es un trabajo digno como cualquiera y si no lo hago yo, otro lo hará en mi lugar.
Muerte y vida, 1908-1916. Óleo sobre lienzo (198 x 178 cm). Gustav Klimt (1862-1918), Leopold Museum, Viena. La muerte observa sonriendo la caótica vida amontonada.