El viento traía el silbido del vecino de abajo. Se oía claro, estaría en el patio tendiendo ropa. Silbaba despreocupado del viento. Ese viento que hacía estremecer al edificio, lo notaba quejarse, luchar para que el viento no lo arrancara del suelo, la estructura entera sufría con cada sacudida de viento. Tenía que agarrarme para no irme volando. Me centraba en el silbido del vecino hasta que cesó de pronto. Silencio. La calma del ojo del huracán. Entonces recordé que no podía haber vecinos en un edificio abandonado, sin cristales en las ventanas, sin puertas y sin trozos de tejado. El viento se colaba por cada rendija con la libertad de un rey. Me di cuenta de que mi sangre escapaba lenta y calladamente como una tubería destila agua sin que pueda verse su herida. Y, así, silbando, esperé al final.
La novia del viento, (1914) Óleo sobre tela (181 × 220 cm) Oskar Kokoschka (1886-1980) Kunstmuseum Basel (Museo de Arte de Basilea), Suiza.