Barcelona ja no es bona

Hablar es difícil estos días. Esta mañana, mientras cocinaba junto a mi nuevo patio de luces, voces de vecinos debatiendo amablemente con una cerveza en torno a la noticia del día. Todo el mundo necesita una opinión. Mi hermana, hace unos días, me decía: «¿tú que piensas del problema catalán? Porque yo no sé qué pensar». Hablar es difícil estos días. Los bares en mi barrio, un barrio humilde de un pueblo de trabajadores, desprenden un rumor apasionado con argumentos sentimentales. Barcelona, la capital metafísica de este viejo país, en boca de todos. No es lugar este para opinar. Pero sí para destacar el valor de la lectura, de la lectura calmada, de la reflexión, de la reflexión calmada, que nada puede hacer contra el fuego sentimental de estos días. El debate cultural que subyace al conflicto identitario es complejo, heterogéneo, múltiple. ¿Tú que piensas del problema catalán? La respuesta, como siempre, está en la conversación con los hombres y con las mujeres sabias.

Los versos que comparto son de otro tiempo, aunque en el mismo lugar, antes quizá del Skyline. Jaime Gil de Biedma fue un paseante inquieto de las calles de Barcelona y su escritura en muchos momentos se convirtió en la manifestación de sus contrariedades. Me gusta este poema por lo que tiene ahora de profético, y por lo que ha tenido siempre de contradictorio. La contradicción de no encontrar tu lugar en el argumentario polarizado, la contradicción del que prefiere otra patria, lejos del rumor de las urnas ilegítimas y de las hostias de la Guardia Civil. La ciudad nos pertenece, a los hombres y a las mujeres pequeñas. Al poble.

Barcelona ja no es bona [fragmento]

Así yo estuve aquí
dentro del vientre de mi madre,
y es verdad que algo oscuro, que algo anterior me trae
por estos sitios destartalados.
Más aún que los árboles y la naturaleza
o que el susurro del agua corriente
furtiva, reflejándose en las hojas
—y eso que ya a mis años
se empieza a agradecer la primavera–,
yo busco en mis paseos los tristes edificios,
las estatuas manchadas con lápiz de labios,
los rincones del parque pasados de moda
en donde, por la noche, se hacen el amor…
Y a la nostalgia de una edad feliz
y de dinero fácil, tal como la contaban,
se mezcla un sentimiento bien distinto
que aprendí de mayor,
este resentimiento
contra la clase en que nací,
y que se complace también al ver mordida,
ensuciada la feria de sus vanidades
por el tiempo y las manos del resto de los hombres.

Oh mundo de mi infancia, cuya mitología
se asocia –bien lo veo–
con el capitalismo de empresa familiar!
Era ya un poco tarde
incluso en Cataluña, pero la pax burguesa
reinaba en los hogares y en las fábricas,
sobre todo en las fábricas – Rusia estaba muy lejos
y muy lejos Detroit.
Algo de aquel momento queda en estos palacios
y en estas perspectivas desiertas bajo el sol,
cuyo destino ya nadie recuerda.
Todo fue una ilusión, envejecida
como la maquinaria de sus fábricas,
o como la casa en Sitges, o en Caldetas,
heredada también por el hijo mayor.

Sólo montaña arriba, cerca ya del castillo,
de sus fosos quemados por los fusilamientos,
dan señales de vida los murcianos.
Y yo subo despacio por las escalinatas
sintiéndome observado, tropezando en las piedras
en donde las higueras agarran sus raíces,
mientras oigo a estos chavas nacidos en el Sur
hablarse en catalán, y pienso, a un mismo tiempo,
en mi pasado y en su porvenir.

Sean ellos sin más preparación
que su instinto de vida
más fuertes al final que el patrón que les paga
y que el salta-taulells que les desprecia:
que la ciudad les pertenezca un día.
Como les pertenece esta montaña,
este despedazado anfiteatro
de las nostalgias de una burguesía.

Jaime Gil de Biedma

 

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