"Todo me altera, pero nada me cambia"
(Salvador Dalí)

Hay noches  secas, frías e insulsas que pasan sin pena ni gloria, ni siquiera dejan mella en nuestro recuerdo, y hay otras cálidas, bellas y mágicas que te llenan de energía como quien recarga una batería.

La noche de San Juan suele provocarme un torbellino de emociones encontradas. Es una noche «volcánica» que suele traer risas y calor de la mano de buenos amigos, al tiempo que mientras contemplo el fuego de la hoguera me acuerdo con nostalgia de ti, Juan.

No es sólo porque ese día sea tu santo, no es sólo porque ese día escuche tu nombre una docena de veces, y no es sólo porque seas quien eres. Es también porque sé que, si estuvieras aquí, estarías en un sito similar al mío, al aire libre, si no con una hoguera…sí buscando en el cielo la luna y las estrellas. Apagarías las luces de la casa en el campo porque, como decías, «así es más fácil y bonito disfrutar de la belleza de la noche», y allí permanecerías fumándote un cigarro o varios mientras te envolviese la luz de la luna y el silencio que solamente se consigue lejos de la ciudad y sus farolas.

Siempre tuviste un halo misterioso, gusto por lo mágico y curiosidad por lo inexplicable. Por eso, nunca dudé que gozabas con especial encanto del día de tu santo. Una noche de fuego y magia, una noche de brujas, una noche de deseos interminables.

Quizás por eso, si esa noche estoy cerca de la luna, las estrellas o el fuego…te siento tan cerca. Es curioso, porque sentada en la playa, frente al fuego y al mar, me parecías muy vivo, casi podía respirar el olor de tu cigarrillo «Ducados». ¿Quién dice que no estuviste por unos segundos allí? Seguramente para recordarme que no cambie, que sólo me amolde a las circunstancias aunque me alteren, que no deje de ser quien soy por nada ni nadie, cosa que probablemente olvidé hace algún tiempo.

Gracias por pasarte esa noche por allí y sentarte conmigo a fumarte ese cigarrillo.