Sí, el anuncio prometía en los primeros segundos, igual que en el vídeo en el que la cámara pájaro sobrevuela la ciudad al ritmo de los versos salmódicos de Oliverio Girondo. Pero sí, es un anuncio de ING Direct, y lo que nos quieren vender no es una cocacola, ni siquiera un colacao, es la cuenta nómina. Un banco utiliza un poema para captar clientes. O el mundo se acaba este jueves santo, o la poesía está de moda.
No sé si exagero al decir que no solo vivimos los años dorados de las teleseries de ficción, sino que también vivimos los años dorados de la publificción. De la publicidad de los valores, de la publicidad que apela a lo sentimental frente al despitote económico que nos ha dejado la crisis. Ya blanqueamos todo el dinero, ahora a ver si blanqueamos un poco los sentimientos también, para ir olvidando.
El poema lo escribió uno de los principales poetas de la vanguardia argentina, el gran Oliverio Girondo. Estoy convencido de que le hubiera causado una sonrisa ver sus poemas arrastrados por Dario Grandineti en la mitíca El lado oscuro del corazón, en la que si se acuerdan el protagonista recita estos versos cada vez que está en la cama con una mujer desnuda que no le hace volar y pulsa ese botón de «por favor, desaparece», o en la cabecera de la cuenta nómina de ING Direct. Una sonrisa entre entusiasmo y pavor y una carcajada de proporciones bíblicas.
El poema en cuestión es el número 1 del poemario Espantapájaros, que apareció publicado en 1932, una década después del éxito de los Veinte poemas para ser leídos en el tranvía:
No se me importa un pito que las mujerestengan los senos como magnolias o como pasas de higo;un cutis de durazno o de papel lija.Le doy una importancia igual a cero,al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíacoo con un aliento insecticida.Soy perfectamente capas de soportarlesuna nariz que sacaría el primer premioen una exposición de zanahorias;¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible-no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar.Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase,tan locamente, de María Luisa.¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedoy sus miradas de pronóstico reservado?¡María Luisa era una verdadera pluma!Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,volaba del comedor a la despensa.Volando me preparaba el baño, la camisa.Volando realizaba sus compras, sus quehaceres…¡Con que impaciencia yo esperaba que volviese, volando,de algún paseo por los alrededores!Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.«¡María Luisa! ¡María Luisa!»…. y a los pocos segundos,ya me abrazaba con sus piernas de pluma,para llevarme, volando, a cualquier parte.Durante kilómetros de silencio planeábamos una cariciaque nos aproximaba al paraíso;durante horas enteras nos anidábamos en una nube,como dos ángeles, y de repente,en tirabuzón, en hoja muerta,el aterrizaje forzoso de un espasmo¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera…,aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes…las de pasarse las noches de un solo vuelo!Después de conocer una mujer etérea,¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?¿Verdad que no hay diferencia sustancialentre vivir con una vaca o con una mujerque tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?Yo, por lo menos, soy incapaz de comprenderla seducción de una mujer pedestre,y por más empeño que ponga en concebirlo,no me es posible ni tan siquiera imaginarque pueda hacerse el amor más que volando.
Alquiló una carroza fúnebre tirada por seis caballos y conducida por cocheros, cambió las habituales coronas de flores de las carrozas por una que transportaba un espantapájaros gigante con chistera, monóculo y pipa. Al mismo tiempo, sobre la calle Florida, inauguró un local atendido por hermosas muchachas. La acción publicitaria resultó un éxito,Espantapájaros se agotó en un mes.