"Por supuesto que te haré daño. Por supuesto que me harás daño. Por supuesto que nos haremos daño el uno al otro. Pero esa es la condición misma de la existencia. Para llegar a ser primavera, significa aceptar el riesgo del invierno. Para llegar a ser presencia, significa el riesgo de la ausencia." 

(El principito, Antoine De Saint-Exupéry)

En el invierno de tu vida te dijeron que no corrieras porque te caerías, y te caíste. Te dijeron que no tocaras porque se rompería, y se rompió. Te dijeron que no te acercases porque te picaría, y te picó…

Sí, te picó tanto que pensaste que nunca más volverías a molestar a esa maldita abeja ni a ninguna otra por si acaso. ¡Jamás osarías volver a jugar cerca de una! Todavía recuerdas aquella quemazón suficientemente bien como para no querer repetir la experiencia. No, por supuesto que no, no estás tan loc@ como para jugártela de nuevo. Ese envenenado aguijón para quien lo quiera…

Pero ahora la primavera está cerca otra vez. Llevas demasiado tiempo enredad@ contigo mism@ entre mantas, mirando tras la ventana cómo otros arriesgan, y no te puedes engañar…Te apetece jugar al aire libre, bajo el sol y al descubierto.

Las flores te están avisando del peligro, se escucha a las abejas zumbar cerca. Te acaricias suavemente la piel de tus brazos entrecruzados a la altura de tu pecho. No tienes frío, solo miedo, y proteges, inconscientemente con esa improvisada coraza, tu corazón. Quizás no aguante otra picadura más, demasiado veneno corrió ya por tus venas el último invierno tras una engañosa primavera que juraste no volver a sentir.

Entonces vuelves a observar detenidamente a esas flores que permiten que la abeja acabe con ellas lentamente y aun así volverán a brotar la próxima primavera, sabiendo que otra abeja volverá…

Las flores siempre  aceptan el reto de la primavera.