Los lectores de la ira

Flaubert decía que la literatura era el único medio de soportar la existencia humana, sin embargo, en algunas ocasiones, los profesores consiguen (conseguimos en realidad) hacer la existencia de nuestros alumnos más insufrible.

«Odio leer», «eso no va conmigo», «me aburro rápido», «no me interesan los clásicos» o «pierdo el tiempo» son algunas de las excusas interiorizadas que más se escuchan en el aula.  Desde nuestra perspectiva de lectores devotos y filólogos (de espíritu y de corazón), nos parece inconcebible. ¿Quién rechazaría leer, vivir a fin de cuentas? ¿Quién en su sano juicio?, añadimos a veces.

Ellos lo hacen. Son, en su mayoría, reticentes a la lectura. ¿Cómo van a dedicar su tiempo libre a los libros? Podría decir, ahora, hilvanando metáforas, que las novelas, el teatro, la poesía y los ensayos son libertad en sí mismos. Leyendo, simplemente, serían un poco más libres. No obstante, siendo realista, me inclino más a pensar que en esos casos en los que, ante una invitación a la lectura, han dicho «My name is no» (citando a Megan Trainor) se ha debido a prácticas pasadas. Han tenido malas experiencias con obras que no han entendido ni mucho menos disfrutado. Desde narrativa juvenil a los cánones clásicos, nadie ha dado en el clavo con esos estudiantes.

Nos cuesta, sí, darnos cuenta de que lo que para nosotros es bello en su composición formal y temática no lo es para los nuevos lectores. Deberíamos pararnos a pensar que, probablemente, ni el lenguaje ni la forma en la que se lo hacemos llegar logra que entiendan el significado, y sin interpretación, por mucha «opera aperta» que proponga Umberto Eco, no hay apreciación de la belleza formal. Olvidémonos un momento de todos los conocimientos literarios que tenemos, de los tópicos y los tropos, del lenguaje figurado, y hablemos. Conversemos cinco minutos para encontrar un punto de inflexión, ya sea de género, ya de tema.

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«¿Por qué tengo que leer a Fray Luis de León si yo me siento identificada con Irene X?», me preguntaba una alumna hace un par de semanas. No supe qué contestarle. Improvisé al darme cuenta de que, en pocas palabras, les estaba “torturando” con «el dorado techo (…) en jaspe sustentado». Mi respuesta fue: «Tienes razón, ¿por qué?». Creo que mi pregunta la desconcertó más de lo que yo lo estaba. «Traed cada uno, el próximo día, lo que os guste leer», esa fue la conclusión inminente a la que llegué. Porque claro que hay un plan y un currículo, pero, ¿no es más importante construir la literatura que enseñarla? Si alguien ha descubierto cómo se enseña, que me lo diga.

Lo más sorprendente fue el resultado: Elvira Sastre, Irene X, Defreds, Mario Benedetti, Luis García Montero, Pablo Neruda, Marwan… ¿Qué es lo que más llama la atención de esta retahíla de autores? Curioso, ¿no?, que todos sean poetas. Sí, los jóvenes lectores prefieren muchas veces la poesía, sin embargo, por muy universal que sea el amor de Petrarca, cambia el tiempo y la forma de expresarlo. Sentirse en comunión con lo que leemos; vibrar en los versos y novelas de los escritores que no sean los recogidos en la Ley, no significa, ni muchísimo menos, que nuestro alumnado no aprenda. Tienen intereses, pasiones, inquietudes, sueños, desvelos, intrigas, miedos y alegrías como el mejor de los lectores, y lo han conseguido a través de voces nuevas, que les permiten acercarse a otras. ¿Por qué no podemos entonar la «Égloga I» a ritmo de rap? Se puede y queda muy bien, también lo digo. Ni estropeamos ni menospreciamos, reeinterpretamos, comprendemos y descondificamos de un modo distinto.

Parece que estemos empecinados en desgastar a los estudiantes a base de ejercicios del libro de texto, ese dictador en las aulas. ¿Y si renunciamos a tres o cuatro de esas actividades y hacemos literatura? Hacerla, desvestirla, saborearla, prolongarla a conciencia, transformarla, interpretarla y reinterpretarla, liberarla en un gemido y hacerla nuestra, que signifique algo, que alguien vuelva sobre un verso, sobre un párrafo o un diálogo en un momento de quietud en el que se lucha con y contra la existencia humana.

¿Habéis tenido experiencias similares en el aula?

4 comentarios en “Los lectores de la ira

  1. Me siento muy identificada con este tipo de situaciones aunque mi labor docente no se desarrolle entre versos y prosa. Y a menudo pienso, como tú, que la rutina hace que nos empeñemos en que ellos (nuestros estudiantes) se sumerjan en «lo nuestro» y nosotros nos olvidamos de «bucear» más en «lo de ellos» tratando de aunar intereses y gustos para que el aprendizaje sea significativo y no un mero proceso que hay que pasar…
    Gracias por tu publicación, hace reflexionar y obliga a no olvidar que se debe revisar todo aquello que sea mejorable.

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    1. Que hay paridad sería estupendo. Que todos formemos parte de lo que es del otro. Así se aprende, no ya los conceptos, sino a escoger, a entender qué nos gusta y, sobre todo, por qué. ¡Gracias por el comentario! ¡Abrazote!

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  2. Totalmente de acuerdo con vuestras reflexiones. Aunque yo me mueva más en el mundo de los pinceles y el obturador, necesito la palabra escrita y hablada a cada paso de la existencia. Efectivamente; pero ¿cómo no vivir? Que eso es lo que tenemos que enseñar: a vivir, a través del arte en nuestro caso, que ayuda tanto a sentir la vida.
    Bonito cuadro, por cierto de Vladimir Kush

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    1. Muchas gracias por tu comentario, Rosa. Comparto tu visión y me encanta, nos encanta, que compartas tu experiencia con nosotros. El arte, ¡cuánta verdad y vida hay en él, ¿cierto?!
      ¡Un abrazo grande!

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