Podría hablar de muchos compañeros, de muchos caminantes, de cosas y personas que van y vienen. A veces, me despierto con esa extraña sensación de fugacidad. Parece que todas las cosas nos llegan con una fecha de caducidad. Sin embargo, este sentimiento desaparece cuando hablamos de música y, en mi caso, del oboe. Nunca he sentido tanta paz como cuando lo escucho o cuando soy yo misma quien intenta interpretar las distintas melodías.

Podría hablar de muchos momentos, de muchas historias. No recuerdo ninguna en la que no esté presente. Música y oboe, fieles compañeros de viaje que convierten cualquier tarde de lluvia y de oscuridad en luz y amanecer. Qué difícil es expresar con palabras aquello que duele o que emociona. Qué sencillo es llorar cuando son las notas quienes lo hacen por ti. Qué bonito es recordar aquel 28 de Diciembre de 1997, día en el que llegaste como un regalo, para quedarte conmigo para siempre. Desde ese momento, supe que nunca estaría sola.

Gracias por los momentos que me dais. Gracias por seguir acompañándome. Gracias por ayudarme en tantas ocasiones. Gracias por continuar caminando conmigo.

El lago de los cisnes. Tchaikovsky.

Interpretan «Voces para la paz«, Músicos solidarios