Soledad.
Y de pronto, apareció él. Él y su maleta. Siempre he ansiado tener un tesoro como ese, tan antiguo, tan raído, tan único. ¿Qué maravillosos lugares habrá visitado una maleta como esa? ¿Qué tesoros habrá guardado en su interior? La quiero, la necesito.
Una vez pude apartar la vista de su equipaje me fijé en su expresión. ¿Tristeza? Quizás dejaba atrás épocas mejores, épocas en las que la vida había sido generosa con él. Ahora en cambio, su semblante era serio, bueno, solitario.
Todo en él creaba misterio, quería saber quién era, cuál era su historia y cuál era su destino. Ese halo de misterio empezaba en su gabardina. Larga, muy larga, hasta casi los tobillos. De un color negro intenso, color que hacía conjunto con la expresión de tristeza de su cara. Y coronando, un perfecto sombrero. Para mi sorpresa, vi que tenía un toque de color, azul vibrante. Quizás, detrás de toda esa fachada de soledad, había una pequeña mota de esperanza queriendo salir.
Eran las 17:13, eso significaba que el misterioso señor cogería el tren con destino a Barcelona. Sí, sin duda alguna es un personaje digno de pasear por las mágicas calles de Gaudí. Me lo imagino con su perfecto sombrero comprando flores de colores, de mil y un colores, para dejar atrás su oscura gabardina, para olvidarse del pasado.
Llegó la hora de decirle adiós, su tren ha llegado. Y como si supiera que he estado pensando en él, se gira, se toca el ala del sombrero y me dedica una media sonrisa. Sí, nada mejor que coger tu raída maleta y dejar atrás la soledad.

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